El Jabón Luminoso

 


18 de octubre de 2025. Tacna, Perú.


Una tarde de 1995, en el campus de la Universidad Simón Bolívar, en el valle de Sartenejas en Caracas, me encontraba sentado en una banca de concreto en la entrada posterior del edificio de Mecánica I. La tarde languidecía y junto a mi mochila de tela —pequeña pero al mismo tiempo inmensa para la poca cantidad de cosas que tenía dentro— veía pasar los últimos grupos de estudiantes camino a la salida. En aquellos días la universidad no sólo era mi lugar de estudios sino también mi casa; había logrado encontrar una forma clandestina de entrar todas las noches a los camerinos de teatro para aguardar el amanecer.

Aquella tarde me encontraba allí con una notable sensación de soledad y vacío; me sentía completamente solo, aislado e inexistente; nadie me esperaba, nadie me iba a dirigir la palabra, nadie siquiera advertiría mi existencia. Paulatinamente las luces nocturnas se empezaban a encender y el sonido lejano y persistente de los transformadores eléctricos recordaba que el día ya había terminado, mientras la brisa nocturna comenzaba a soplar más fuerte y el vacío de la soledad se hacía más evidente. 

Era una soledad ignota, fantasmal, presente en cada rincón de mi realidad. Una noche más había llegado y con ella el desafío de sobrevivir una vez más en compañía del hambre en las tripas y en el corazón. Mientras permanecía sentado allí intentando reunir las fuerzas suficientes para levantarme y dirigirme al frío y oscuro camerino pasó por allí uno de mis compañeros de teatro y, al verme, se sentó a mi lado por breves instantes y me preguntó qué hacía allí y, al responderle, sacó de sus pertenencias un jabón en su empaque, me lo extendió y luego se despidió y se marchó.

Ese jabón iluminó aquella noche y me quitó el hambre más difícil: el del corazón. Ese jabón significó para mi un “te veo”, “sé que existes”, “sé que quizás no estás pasando un buen momento”, “toma este pequeño objeto simbólico como muestra de que te reconozco”. Ese jabón aún está en mi corazón y lo veo brillar en mis noches más oscuras.

Desde ese entonces tengo siempre un jabón conmigo para dar.

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