Carta a mi madre
(crónica de una despedida)


Lima, 12 de septiembre de 2019

Hola Martha. En la reunión que tuvimos Cathy, tu y yo el pasado domingo 14 de julio en el C.C. Real Plaza de Salaverry, comentaste sobre mi “ausencia”. Eso me hizo pensar que era necesario hacer este escrito y documentar así parte del contexto de nuestra historia familiar. Espero sea de utilidad para arrojar luz sobre ciertas cosas que actualmente pudieran ser motivo de interrogantes.

Te hablo considerando a mis hermanos Ronie y a Cathy presentes, ya que me expresaron su deseo de conocer este mensaje. En muchas ocasiones intenté hablar sobre estos temas pero siempre encontré fuerte resistencia y negativa tanto tuya como de Ronie e indiferencia de Cathy. Sin embargo ahora estos temas vuelven a surgir. Quizás las actuales circunstancias obliguen a buscar respuestas o también ahora hemos madurado un poco más y somos más valientes como para mirarnos en el espejo y comprender la importancia que siempre tuvo hacerlo, y el alto costo de postergarlo indefinidamente. 

Al ponerme a escribir, lo que empezó como una simple aclaratoria pronto se convirtió en un testimonio de una parte de mi vida que aunque pertenece al pasado su influencia siempre estará allí, y a pesar de que no se puede cambiar, felizmente lo que si es posible cambiar es la forma como se asume, como se asimila y como se convierte en materia prima para el propio bien o mal de acuerdo a una elección propia. En mi opinión los problemas rara vez se arreglan solos y por lo tanto en la mayoría de los casos continuarán allí hasta que sean resueltos, sin importar cuanto tiempo pase o cuanto nos neguemos a aceptar que existen.

No me corresponde juzgar, ese es trabajo del tiempo. 

El comienzo


Fuiste mi primer amor. Cuando partiste a Venezuela y me quedé en Lima cantaba junto con Ronie la canción de Marco con muchísima tristeza y añoranza de volverte a ver. En mi mente de niño de 5 años viví la angustia de tener a mi madre lejos sin saber si algún día iba a regresar. Felizmente ese 19 de diciembre de 1980 en Maiquetía la pesadilla había terminado.

Cuando vivimos juntos como familia en Venezuela, hubo algunos momentos especialmente hermosos como la navidad que pasamos en la casa de Masarella con juguetes muy bonitos: las casas vaqueras, el tren eléctrico, la pista derby de carritos de carrera, entre otras cosas, o cuando mi papá nos calentaba la leche a Ronie y a mi en un frasco de mayonesa de vidrio y lo colocaba entre las partes del motor de esa camioneta Ford pick-up azul mientras esperábamos que salieras de tu trabajo (en esa época estaba de moda Enrique y Ana en canciones para niños), o cuando un día nos fuiste a recoger a Ronie y a mi al Don Bosco y nos subimos los tres a un bus camino a la casa de La Esmeralda y nos diste la sorpresa de dos cartucheras, una verde y la otra roja, una para cada uno, o cuando Ronie y yo íbamos contigo al Baratillo del Libro para comprar libros usados, o aquella vez que fuimos contigo Ronie y yo a comprar un pasaje para Waldo en el terminal de pasajeros de oriente en Valencia y paramos a comer algo en uno de los puestos de adentro del terminal y le dijiste al que atendía que te diera las dos mejores salchichas para Ronie y para mi, o esa vez que fuimos a la isla Alcatraz, la que quedaba cerca de Isla Larga en Puerto Cabello y tenía una especie de laguna natural en su interior, e íbamos tu y yo y no estoy seguro si Ronie también en un bote a remo y mientras yo remaba tu tarareabas la canción “Luna” de Ana Gabriel y me decías que te hacía recordar a la época en que tu y mi papá estuvieron separados antes que tu te fueras a la selva con el, o cuando íbamos a visitar a mi tío Coco a Caracas e íbamos al Paseo de Los Próceres o a CCCT, o cuando íbamos al autocine en El Trigal o a los juegos mecánicos del Big Low, o cuando a comienzos de los 90's se hizo conocido Eros Ramazzotti y tu decías que te encantaba y yo me aprendí varias de sus canciones para cantártelas, o cuando decías que yo era “tu cómplice” o cuando hablaba contigo de cómo sería vivir en Canadá frente a un lago y tu me decías que anhelabas eso, o cuando subíamos a mirar las estrellas al techo de la casa de La Morocha, y de aquella vez que Ronie y yo pasamos nuestra primera noche en la casa de La Morocha y dormimos sobre el techo porque era lo único que estaba construido y de como disfrutábamos del increíble efecto acústico del Maco Maco que permitía escuchar voces de personas conversando tranquilamente en el pueblo de San Diego a casi un kilómetro de distancia, o de la época en la que te interesaste por la metafísica, Karmen "con K", Conny Méndez, el conde Saint Germain y las cosas naturistas y yo iba contigo entusiasmado a las charlas y compartíamos conversaciones de temas esotéricos, o cuando "jugábamos" el I Ching, o cuando te acompañaba al vivero a ver plantas (siempre te gustó ir a los viveros y a mi me encantaba acompañarte porque sabía que estarías de buen humor), o cuando fuimos a Playa Colorada, Mérida, la Laguna de Suata o las veces que íbamos al Club La Hacienda en la Brasilia y escuchábamos las canciones de Ricardo Montaner, o más recientemente los momentos que pasábamos en la casa de La Morocha viendo el atardecer en la “terraza”. Recuerdo con mucho cariño el día en que nació Cathy. Ronie y yo, de 11 y 12 años estábamos sentados en las escalinatas que daban al piso de la sala de parto donde estabas dando a luz y nos abrazamos con inmensa alegría cuando oímos su llanto al nacer.

Te agradezco que propiciaras la afición a la lectura entre tus hijos, el juego de las capitales del mundo, el curso de natación, de música, de inglés y de computación. Te agradezco que nos inscribieras a Ronie y a mi en el Liceo Camoruco y a Cathy en el Santa Cruz, con la intención de darnos una mejor educación. Te agradezco los valores que nos enseñaste: hacer tu trabajo lo mejor posible y el significado de la palabra “honor” y “probidad”. 

Durante mi primera y parte de mi segunda infancia vivió en mi la esperanza de encontrar el amor de mi madre, aquel amor incomparable, más grande que todo lo que se podía imaginar, más entrañable, más significativo que todo los que se podía ver o tocar. Recuerdo esas ocasiones en que Ronie y yo, cuando estudiábamos en el Don Bosco, olvidamos nuestras loncheras y desde el interior del carro del Sr. Julio Hernández, quien en una época nos hacía transporte escolar, miraba por el vidrio trasero como corrías persiguiendo el carro y agitando las loncheras, tratando de avisar que las habíamos dejado y sentía una gran tristeza por no tener la confianza suficiente con el Sr. Julio como para decirle que se detenga y te veía hacerte pequeña mientras avanzaba el carro y no podía contener el llanto. No era la comida en la lonchera, era el pedazo de amor que anhelaba encontrar dentro de esa cajita de plástico a la hora del almuerzo. También las canciones que cantábamos a todo pulmón Ronie y yo en las misas del Don Bosco, sobre todo las de fin de enero y las de mayo, especialmente una dedicada a María, la madre de Jesús, titulada “Quién será la mujer”, y que lloraba con una mezcla de amor y dolor cada vez que la cantaba mientras pensaba en ti. Yo tenía entre 9 y 13 años.

Pero algo no estaba bien


Desde muy pequeño sufrí maltratos por parte de mi papá y de ti, especialmente de ti debido a que estaba la mayor parte del tiempo contigo. Hubo mucha violencia de tu parte hacia mi desde mi niñez más temprana. Todos los días amanecías de mal humor y me maltrataste continuamente. Durante todo el tiempo que viví contigo, es decir, los primeros 18 años de mi vida, no recuerdo un solo día en que no haya recibido maltratos de tu parte. Quizás lo hubo, pero sinceramente no lo recuerdo. Cuando me refiero a maltratos me refiero a agresiones verbales, físicas u otras más sutiles pero igual de duras y también burlas y expresiones de menosprecio. Por ejemplo cuando vivíamos en Lomas del Este en Valencia, yo tenía alrededor de 7 años, y me decías en voz bajita para que no escucharan las personas de la calle: “sube al carro pedazo de mierda”, apretando fuertemente los labios. En ese tiempo usabas unos lentes de sol enormes de marco de pasta gruesa, que te cubrían casi la mitad de la cara, o viviendo allí mismo cuando venías de trabajar solías tocar la parte trasera del televisor para verificar si lo habíamos tenido prendido y no habíamos hecho los quehaceres de la casa, por supuesto, en ese caso, el televisor tibio significaba una sesión de palos, gritos y cachetadas, o todas las veces que maldijiste el día de mi nacimiento; quizás si me lo hubieras dicho una sola vez recordaría el día, la hora y otros detalles, por lo duro de esa expresión, pero fueron tantas veces seguidas durante tantos años que se volvieron rutina. O cuando me escupías en la cara y me humillabas gritándome que baje la mirada al piso, o los correazos, los manguerazos, los palazos, las amenazas con cuchillo y otros utensilios de cocina, o la vez que me sacaste la pistola (por suerte corrí y me trepé por el portón antes de averiguar si ibas a jalar el gatillo), o cuando me abriste la piel de mi cuero cabelludo con un tacón de tu zapato por no haber hecho una tarea del colegio, o me clavaste la punta de un cuchillo de cocina en el muslo izquierdo, o cuando me abriste la piel de mi muñeca con una espátula de cocina o cuando me abriste la piel de mi antebrazo con un manguerazo (esas marcas todavía se pueden ver), o que le dabas las quejas a mi papá para que nos golpeara y llevabas un cuaderno donde anotabas las acusaciones para que no se te olvidara ninguna, o cuando junto a mi papá me decías “mongolito” o “tinterillo” como burla porque me gustaba escribir, o cuando mi papá y tu me decían que parecía un negro “sacalagua” (¿se escribe así?) por mi pelo crespo, o cuando me decías “guevón” y luego “bobón” o “keke” con esa inolvidable expresión en tu cara y con un tono de desprecio y maltrato, o las incontables veces que me dijiste “bueno para nada”, "imbécil" o "tarado", o cuando te suplicaba que “fortaleciéramos nuestra relación madre-hijo” (con esas mismas palabras) y tu me gritabas diciéndome que me calle y me levantabas la mano o me lanzabas una cachetada o puño en la cara, o cuando te metiste a tu cuarto en La Morocha y cerraste con seguro la puerta y nos dijiste a Ronie y a mi que te ibas a suicidar, o las incontables veces que me decías que vaya a un psicólogo cada vez que intentaba hablar de estas cosas y me decías que yo era un complicado y lleno de odio y te dabas la vuelta o me colgabas el teléfono, o cuando nos decías que los hijos pueden unir o separar a los padres, siendo Ronie y yo niños y adolescentes, o cuando decías “me arrepiento de haber tenido hijos” o “cría cuervos y te sacarán los ojos” o que te debía agradecer por haberme cambiado pañales y dado de comer (por supuesto que te lo agradezco, pero ¿no era esa tu obligación como progenitora?, y hasta donde sé nunca te pedí que me trajeras a este mundo), o que un día me amenazaste con decirle a mi padre que no me de “un centavo” para mi educación por haber obtenido su permiso para ir a Mérida a visitar a mi amigo Francisco ese fin de semana, o aquella vez que te comenté que me vi en la necesidad de vender una cámara fotográfica que había logrado con mucho esfuerzo para mi para completar el pago de la renta de mi habitación y que a pesar de que no era de mucho valor tenía una importancia especial para mi, y me ofreciste comprármela con el comentario de que sabías que el equipo estaba en buen estado porque yo cuidaba mis cosas. Me alegra no habértela vendido.

Todo esto día tras día, mes tras mes, año tras año, durante mis primeros 18 años de vida. ¿Qué se puede cosechar con esa siembra? Quizás no tuviste en cuenta que algún día ese niño iba a ser un adulto.

¿Dónde estabas?


¿Dónde estabas cuando mi padre nos reventaba con la estaca de madera o la cabilla o la manguera a Ronie y a mi diciéndonos que digamos un número y que luego lo multipliquemos por otro para saber el número de golpes que nos daría?, ¿o cuando nos pateaba o nos tiraba una taza de cerámica o un alicate a la cabeza?, ¿o cuando estábamos en la calle y nos pedía a Ronie y a mi que le recordemos golpearnos al llegar a la casa y que apenas lleguemos escogiéramos la estaca con la que queríamos ser golpeados y que si no lo hacíamos y el se acordaba la paliza sería el doble?, todo esto delante tuyo durante varios años ¿será que estabas escribiendo en tu cuaderno de quejas la próxima acusación que le darías sobre nosotros?, ¿alguna vez imaginaste siquiera el terror que podía sentir un niño sin capacidad de defenderse de ninguna manera frente a un padre y a una madre violentos sin tener nada más que hacer que resignarse a su suerte mientras sentía helarse su sangre en sus venas?

Durante los años de La Esmeralda los gritos debido a los maltratos y golpizas hacia Ronie y hacia mi tanto de mi papá como de tu parte continuamente atravesaban las paredes de la casa mientras los vecinos volteaban a otra parte. Una vez Julio Francisco, el hijo de la Sra. Ana, comentó: “¿a ustedes les dan duro verdad?”, dijo que se escuchaban nuestros gritos a través de las paredes cuando nos golpeaban. Cuando Cathy era una niña muy pequeña lloraba cada vez que te veía a ti o a mi papá golpearnos, y yo la miraba como suplicándole que sea testigo. Poco tiempo después Cathy dejó de llorar. Los momentos más felices que pasé cuando viví con mi papá y contigo era cuando había gente en la casa, las visitas de Coco, los Balarezo, los Russi, etc. En presencia de otras personas te transformabas y me decías “kikito”, “papito”, pero cuando esos momentos terminaban te sacabas la máscara y yo regresaba a mi infierno. Cuando Coco, Mireya y Leonard se marchaban después de su visita en La Esmeralda yo subía a tu cuarto y los veía alejarse por la ventana y gritaba a con todas mis fuerzas “¡tío, tía, no se vayan, no se vayan por favor, por favor!”, una y otra vez, tapándome la boca con una almohada, hasta quedar sin aliento y repleto de lágrimas. Esos gritos nadie los escuchó.

Siempre tuve el sueño de irme de la casa, incluso desde Masarella. Recuerdo una vez que Coco había llegado a visitarnos y yo, de 6 años, sentado en tus piernas y aprovechando el ambiente tranquilo debido a su presencia te confesé que quería irme de la casa y tu sonreiste y le preguntaste a Coco si el también tenía esas ideas de niño. Quizás parezca insignificante pero en ese momento yo estaba pidiendo auxilio y me sentí silenciado. Ese sueño de querer irme de la casa me acompañó durante toda mi infancia y adolescencia hasta verse cumplido finalmente ese sábado 2 de enero de 1993. Al día siguiente era mi cumpleaños número 18.

Hace poco dijiste que tu conducta se debió a que sufriste por ser víctima de mi papá, ¿alguien te obligó a estar o continuar con el? Al menos tu, como adulta, pudiste elegir, yo, como niño y adolescente no pude hacerlo, ¿qué podía hacer yo frente a dos padres maltratadores? Quizás solo aguantar hasta poder irme de la casa. No creo que el sufrimiento justifique hacer daño, ocultar la verdad y negarse a reconocer las propias responsabilidades.

¿Qué hiciste cuando me fui de la casa y Coco te avisó que había llegado a su casa luego de algunos días de estar durmiendo en la calle?, ¿qué hiciste cuando necesité apoyo para cubrir mis gastos básicos y poder ingresar a la Simón Bolívar teniendo yo 18 años?, ¿dónde estabas cuando te pedí que asistieras a la reunión de bienvenida de padres y representantes de la Simón Bolívar cuando ingresé?, ¿o cuando te pedí que asistieras al menos a una de mis presentaciones de teatro y te había dicho que tu misma me habías inspirado a hacerlo?, ¿qué me respondiste cuando te pedí el favor de ir a la prefectura del pueblo de San Diego para solicitar una constancia de que yo provenía de Valencia para aplicar a una beca de estudios en la Simón Bolívar? Esa carta era uno de los requisitos para obtener la beca, ¿qué habría pasado si la hubiera tenido?, ¿me habrían dado la beca?, ¿me habría podido graduar en la Simón Bolívar y convertirme en profesional siete años antes de lo que lo hice en la UCV?, quizás si, quizás no, ya no hay forma de saberlo. Luego, cuando tuve que dejar la Simón Bolívar por no poder costear mi manutención e ingresé a la UCV ¿qué me dijiste cuando pedí tu ayuda para completar en una sola ocasión el pago de medio mes de alquiler de la habitación donde vivía cuando estudiaba el primer año de carrera?, ¿qué hiciste durante los cinco años de mi carrera de farmacia en la UCV cuando te dije varias veces que para mi era importante que vayas aunque sea una sola vez a conocer mi facultad?, ¿qué hiciste cuando pensé que el hijo de Carmen era mío y te fuiste de viaje a Lima justo cuando el niño estaba naciendo?, ¿me preguntaste al menos si el bebé necesitaba un pañal o un biberón? 

Algunas otras cosas que pasaron


Mientras estudiaba farmacia (de 1999 a 2004) estuve a punto de abandonar la universidad en varias ocasiones, perdía exámenes y prácticas de laboratorio por tener que ir a trabajar. Mi horario de estudios era de lunes a viernes, desde las 7:30 am hasta las 5:30 pm y se suponía que en las noches y fines de semana tenía que estudiar. Una de las opciones que había era solicitar un crédito estudiantil a una entidad financiera, pero para ello debía contar con el aval de un fiador que tuviera capacidad de pago. Al no tener ningún fiador me dijeron que existía la posibilidad de usar como garantía un inmueble de mi propiedad en caso de tener una. En aquel momento (año 2000) yo figuraba como titular de la propiedad de La Morocha junto con Ronie y te llamé para consultarte y solicitar tu permiso para tomar esa opción, con el compromiso de mi parte de pagar la deuda adquirida con la entidad financiera al momento de estar trabajando ¿crees que yo hubiera puesto en riesgo la casa de La Morocha por incumplimiento de mi palabra?. Tu te negaste y yo tuve que resolver mi problema de otra manera. 

Siempre me criticaste haberle pedido ayuda económica a Rochi en el año 1995: 200 dólares para un mes de techo y comida cuando era estudiante de la Simón Bolívar. Yo me pregunto ¿qué tiene de malo que un chico de 20 años que está en plenos estudios universitarios y trabajando para mantenerse le pida una ayuda puntual en un momento de verdadera urgencia a un familiar con el que supuestamente había cierta cercanía? En esa época yo trabajaba de mesonero y daba clases particulares para pagar mi techo y comida para poder estudiar en la universidad; estaban por echarme de la residencia por falta de pago  ¿qué estuvo mal?, ¿mi poca capacidad para resolver mis problemas, como una vez me dijiste?, ¿o será que te molestó que ese incidente haya revelado una realidad que no estabas dispuesta a aceptar: lo poco que le importas tu y tus hijos a tu prima del alma?, ¿o será más bien que ese incidente fue una rotura en la tela de la falsa fachada que construiste a través de los años para hacer creer a la “gente de Lima” una realidad de una familia feliz de cartón?, ¿o quizás simplemente evitar el “qué dirán”?

Constantemente me has criticado haber supuestamente según tu contado “a todo el mundo en Lima” las cosas que pasaron cuando llegué a Perú, y muchas veces te dije que eso no era cierto. Yo nunca he contado todas estas cosas juntas a nadie. Sólo a ciertas personas le he conversado sobre mi problema con mi relación con mis padres de manera selectiva. Y si lo cuento ¿cuál sería el problema?, ¿acaso es mentira algo de lo que estoy diciendo aquí?, ¿qué interés podría tener yo en mentir sobre esto?

Ese sábado 2 de enero de 1993 mi papá se vistió con su short verde de “hacer mecánica” y me dijo que le trajera las piezas para armar el motor de la Brasilia y se puso violento porque me tardaba y me arrojó un electrodo para soldadura submarina dando vueltas por los aires directo a mi cabeza (ese electrodo tenía un tamaño y peso similar a una cabilla de hierro para construcción, de media pulgada de espesor y unos 50 cm de largo). Al notar que faltaban piezas y otras estaban oxidadas comprendí que corría un gran peligro y tomé la decisión de marcharme de la casa. Tu estabas en la cocina, desde donde se veía el patio trasero donde estábamos mi papá y yo. Le dije a mi papá que ya le traía las cosas y me fui a la habitación que compartíamos Ronie y yo. Ronie me siguió y me dijo: ¿qué vas a hacer Kike? y le dije: “me voy”. Ronie me dió un morral suyo, allí metí un par de prendas y salí cuidadosamente de la casa para que mi papá no se diera cuenta. Me fui sin un centavo a la calle sin rumbo, a empezar una nueva vida. Me había ido de la casa.

Una vez te pregunté, alrededor del año 2000, sobre el estado de los trámites de formalización del título de propiedad de la casa a tu nombre, y tu me miraste con esa expresión de suspicacia y agresividad tan característica de ti y me dijiste “¿cuáles son tus intereses?” y por supuesto no hablaste del tema. Me dolió mucho esa actitud tuya y nunca más te volví a preguntar sobre eso.

¿Ser “la mamá” te da licencia para ofender, engañar, maltratar, maldecir y humillar a un hijo?, ¿qué te motivó a actuar así?, ¿qué te motivó a echarme de la casa tantas veces?, una de ellas yo estaba con mi entonces esposa Karen y tuvimos que irnos a un hotel y eran más de las 10 pm.  ¿Qué te motivó a decir muchísimas veces que esa era “tu” casa en vez de la casa de la familia?, ¿qué te motivó a generar una imagen negativa de mi cuando les decías a mis hermanos, a veces delante mío, que yo era un mezquino, egoísta, resentido, lleno de odio, que quiero hipotecar la casa y dejarlas a Cathy y a ti en la calle?, son algunas de tus propias palabras. Recuerdo una ocasión en la que Cathy (tenía alrededor de 8 años) te dijo: “pero Kike no es egoísta ni mezquino", y tu le respondiste: "ahora no se nota porque está pelao pero espérate no más" ¿Alguna vez en la vida he dado indicios de tener ese comportamiento?, ¿alguna vez te levanté la mano o te hice daño de algún tipo?, ¿de haber sido así no hubieras salido corriendo a decírselo a Ronie y a Cathy como cuando les dijiste que te colgué el teléfono? Gracias a Dios tuve la fuerza suficiente para escapar a la calle sin rumbo y sin tener a dónde ir y poder huir de ese reinado de abuso, humillación y maltrato constante que fue vivir bajo tu techo.

Nunca te hice nada de lo que puedas quejarte. Aquella vez que rompí uno de los vidrios de la ventana de la cocina en la casa de La Morocha me sentía desesperado y necesitaba desahogarme y gritar a los cuatro vientos que me sentía profundamente lastimado por tus vejaciones continuas. 

Algunos pretenden ignorar la verdad bajo las capas del tiempo, otros soportar en silencio el peso de una realidad que no desean aceptar, otros defender una coartada falsa hasta la muerte, aún cuando eso deje mal parado a alguien más, y otros decidimos hablar con la verdad. Al final cada uno sigue su propio sendero. Saber la verdad y ocultarla es algo que siempre has hecho a costa de sembrar rechazo y división dentro de la familia. Siempre me pregunté ¿será preferible callar?, sin embargo prefiero hablar porque el silencio grita más fuerte. ¿Por qué negarse a repasar nuestra historia?, ¿será que tememos develar cosas que preferimos se mantengan olvidadas o ignoradas?, ¿será la sensación de calma que da un silencio conveniente?

Alguna vez confié en ti, en la que me habló del significado de las palabras “honor” y “probidad”, sin embargo una vez nos pediste a Ronie y a mi, de 7 u 8 años que robáramos un cuatro en una feria de artesanías populares en la zona industrial de Valencia, diciendo que sólo era una “pillería”, o cuando intentaste irte sin pagar del automercado de los chinos en La Esmeralda y la cajera llegó hasta nuestra casa guiada por el chico de las bolsas para exigir el pago de la cuenta, o la trampa que planificaste con Alejandrina Morales para el traspaso de la propiedad de La Morocha basado en una mentira, o la carta poder con alcance “general pero amplio y suficiente” que nos hiciste firmar de forma oculta y sin nuestro consentimiento a Ronie y a mi, o cuando incumpliste tu palabra en el negocio de las estatuillas de bronce habiéndote asegurado yo que te pagaría el precio que fijaste y te negaste a entregarme una mercancía ya comprometida y por ese motivo me calificaron negativo en Mercado Libre por no poder entregar el producto y afectando mi reputación.

Alguna vez me nació del corazón comprarte el mejor perfume que pude pagar reuniendo dinero de mi salario de obrero raso, o aquella vez que estábamos en el Sambil de Valencia y te regalé un par de zapatos Bass de muy buena calidad, o las dos veces que te aseguré en los mejores seguros que pude conseguir a costa de no poder pagar mi propia renta de alquiler, o el viaje a Lima que te ofrecí hacer juntos tu y yo pagado por el sueldo de mi primer empleo y que tu rechazaste si no iba Cathy, o el crédito bancario que te ofrecí para ampliar las bienhechurías de la propiedad de La Morocha, porque mi cuñado era gerente general de un banco en 2009, y que tu rechazaste y que quizás hubiera significado generar una mejor renta o incluso poder vender esa propiedad mejor o más rápido. En 2013 me encontraba con una economía muy frágil y le dije voluntariamente a Cathy y sin que me lo pidiera que en cuanto mi situación económica mejore aportaría al pago de tu seguro. 

Te pedí muchas veces que me escucharas, que no me acusaras con mi padre, que hagamos un plan de familia cuando Venezuela se hundía, que hagamos un álbum familiar en Facebook, que necesitábamos conversar sobre nuestros temas de familia, y tantas otras cosas, pero nunca me escuchaste.

En Salaverry me preguntaste qué espero de ti. Durante mucho tiempo esperé de ti que reconocieras tu responsabilidad en lo que pasó y tomaras una actitud de reparación, pero entiendo que son muchas cosas que se dejaron acumular durante mucho tiempo y quizás pienses que resulte menos caro mantener tu posición actual. Lo acepto y lo respeto, ahora ya no espero nada de ti.

Quizás esto te explique mi “ausencia” o la expresión de mi cara cuando me diste la "sorpresa" en Matute cuando regresaste a vivir a Lima desde Panamá, de cualquier manera por mi parte ya pasé la página desde hace algún tiempo.

Hace tiempo me recomendaste que viera la película “Inteligencia Artificial” porque se trataba de un niño que anhelaba el amor de una madre; me dijiste: “a ti que te ha faltado el amor de madre, te recomiendo esa película”. Una vez te lo recordé y negaste habérmelo dicho.

Nunca me sentí escuchado por ti, nunca me sentí tomado en serio por ti. Por alguna razón no valoraste nunca mi palabra. A tu lado siempre me sentí despreciado y poco importante. Toda la vida te he pedido tu atención para tratar este tema, estos temas y siempre te negaste, jamás escuché de ti una verdadera expresión de reconocimiento, de aceptación, todo lo contrario, siempre me descalificaste, usaste tu papel de madre para acallar mi voz, le contaste a mis hermanos y a otros personas una versión de mi que no se ajusta a la realidad. ¿Y todo para qué?, ¿para seguir manteniendo tu coartada?, ¿tu fachada?, ¿sirve de algo mantener una fachada y ocultar la verdad?, ¿qué hice para merecer este trato de tu parte?, ¿tan mal me porté? Tal vez aún conserves tu cuaderno de quejas y puedas encontrar las respuestas allí.

Hoy


Mucho se habla de dejar el pasado en el pasado, de pasar la página, de la comprensión, la tolerancia y el perdón, y estoy totalmente de acuerdo con todo eso. Siendo franco y honesto a mi me costó mucho pasar esa página, me costó mucho poner ese punto final a ese capítulo de mi vida, y no me refiero sólo a las cosas que ocurrieron sino especialmente a la triste realidad de que ninguna de esas cosas jamás fueron reparadas, jamás fueron reconocidas, y el día de hoy siguen pareciendo una “opinión” mía. Al sol de hoy, para ti sigo siendo el amargado, conflictivo, lleno de odio y resentimiento; el hijo y hermano que “abandonó” a su familia.

Me costó mucho pasar esa página, la de haber sufrido durante toda mi infancia y adolescencia una tiranía familiar, la de ser etiquetado con una imagen menoscabada y descalificada. Desde hace un tiempo hacia acá aprendí a aceptarlo y a vivir con esas etiquetas y a ser capaz de sentarme contigo en un café y hablar de extraterrestres, del clima y de Trump, pero no esperes una llamada mía en una ocasión especial. Muchas veces dijiste que no confías en mi y nunca lo entendí porque siendo yo tu propio hijo y no habiéndote dado nunca un solo motivo para desconfiar de mi. Luego entendí que era evidente que nadie confiaría en alguien a quien ha lastimado sin justificación durante tanto tiempo.

¿Sería prudente pretender que estos acontecimientos no dejen huella, y aún más, si ocurrieron de forma sostenida en el tiempo, y aún más si nunca fueron reparados y aún más si ni siquiera fueron reconocidos jamás?, ¿sería prudente esperar que los desaparecidos de la guerrilla, que los judíos de Hitler, que los torturados de Pinochet o que los venezolanos de Chávez sean olvidados porque es un tema incómodo y a alguien le interese pasar la página rápido? El problema de la corrupción o el abuso sexual es que son difíciles de demostrar, , el problema de un padre y una madre abusadores es que es difícil demostrarlo, gozan de la inmunidad que les proporciona el título de "padre" o peor aún, de "madre" ¿quién podría competir contra la palabra de una madre?

Hoy, a mis 44 años, soy el adulto que necesité tener a mi lado cuando era un niño o adolescente. Momento a momento, año tras año, década tras década estas palabras nacieron de mi propia vivencia como un grito de dolor y esperanza en que algún día pueda ser escuchado y se haga justicia, sin embargo un día comprendí que sólo me bastaba escuchar mi propia voz.  Lo que había buscado por tanto tiempo lo tenía conmigo siempre. Hoy ese grito es un canto de paz y libertad. El pasado queda en el pasado, el capítulo termina y la página se pasa, pero los personajes que murieron en la historia murieron para siempre.

P.D. Por cierto, el incidente de la pistola es insignificante para mi en comparación de tus incontables maldiciones. Cada una de ellas para mi equivalieron a un balazo.

***FIN***

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