Ficciones magistrales: el Hombre Pastilla


El Hombre Pastilla tiene tantos nombres que es como si no tuviera nombre y no puede percibirse a si mismo porque es una proyección farmacológica de otros. 

Inadvertidamente alimenta la esperanza de escapar algún día de la tiranía de los xenobióticos, aunque eso le cueste la vida, muerte necesaria para trascender a estados de conciencia más orgánicos.

Su existencia no se traduce en términos de tiempo, sino en esquemas farmacoterapéuticos, sucediéndose unos a otros en una danza sin fin, con el leitmotiv de la búsqueda de su curación, pero no la de su hallazgo, pues esto último supondría su extinción.

Debe su razón de ser a la enfermedad, sea que tenga, suponga que tenga o planeara tener. Sus sistemas vitales son mecanismos propuestos, tanto fisiológicos como fisiopatológicos, farmacodinámicos y farmacocinéticos, sustentados en estudios publicados en revistas serias, mucho más relevantes y prevalentes que la realidad real (valga el pleonasmo en este importante asunto).

Su simpleza no es tal, sino minimalismo ontológico, frente a la ininteligible y vergonzosa complejidad de los sistemas naturales reales, donde confluyen simultáneamente incontables reacciones químicas, físicas y otros fenómenos más sutiles y la pedantería de la ignorancia no tiene cabida. 

El hombre pastilla vive dentro de la burbuja de su blister, esperando a ser tomado a la hora prescrita y así dar sentido a su vida, una y otra vez.

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