Mi experiencia Vipassana: un cuento corto sobre un gran viaje



“La libertad última es la de la mente” Tristan Harris

La primera vez que escuché sobre Vipassana fue a mediados de 2001. Lo recuerdo como si fuera ayer, entre otras cosas por los tristemente célebres ataques terroristas del 11 de septiembre en los Estados Unidos de Norteamérica y otros eventos personales. Acababa de conocer a una simpática chica en el comedor universitario a la hora del almuerzo. Me contó su magnífica experiencia en un retiro de un curso de meditación Vipassana; me comentó que la gente guardaba silencio y no conversaban durante casi todo el curso y que los participantes recibían alojamiento y alimentación sin pagar nada, entre otras cosas. Al preguntarle cómo se financiaban los cursos me dijo que se hacía únicamente gracias a donaciones voluntarias de los estudiantes que habiendo completado el curso habían visto sus beneficios. Por lo tanto los estudiantes podían disfrutar de alojamiento y alimentación gracias a las donaciones de estudiantes anteriores que hicieron posible la cobertura de los gastos para que estos también puedan recibir la enseñanza. Por lo tanto al momento de inscribirse en el curso un estudiante no necesita realizar ningún pago. Al completar el curso este podría realizar una donación voluntaria según su capacidad económica sin importar el monto y/o contribuir en la organización de uno o más cursos para otros estudiantes.

Esta historia dibujó en mi imaginación un escenario encantador. En realidad no sé qué pasaba por mi cabeza en ese momento, pero me imaginé un grupo de personas en un campamento reunidas en torno a una fogata en la noche con alguien tocando una guitarra y todos conversando sobre sus más intensas experiencias de vida y aprendiendo unos de otros, como en un grupo de apoyo terapéutico. No podía estar más equivocado.

Esa mítica imagen permaneció en mi mente durante varios años y de vez en cuando emergia furtivamente en ciertas conversaciones profundas con algunas personas, una de ellas con mi madre. Quizás entre 2011 y 2013, ella y luego mi hermano, hicieron el curso y yo, irónicamente aún no lo había hecho. Pensé que debía tomar un curso para conocer directamente esta experiencia. Me inscribí en un curso de diez días en Venezuela, que iniciaba a finales de diciembre de 2014 y terminaba los primeros días de enero de 2015. Cuando llegué al lugar honestamente quedé impresionado por su belleza; una hermosa construcción de estilo suizo emplazada en medio de montañas con exuberante y colorida vegetación. Dije: “¡Vaya, esto es fantástico!”. Sin embargo, progresivamente me di cuenta que el comportamiento de la gente era más silencioso y tranquilo de lo que imaginé, por otro lado, en lugar de haber un ambiente demasiado comunicativo noté cierta atmósfera de introspección y una especie de inesperada dinámica de organización. Uno por uno todos los participantes entregaron sus artículos personales tales como teléfonos celulares, reproductores de música, objetos de valor y otros objetos al personal de apoyo, conservando sólo las pertenencias básicas como cepillo dental, jabón, ropas, etc. Hacia el final de la tarde, luego de una cena ligera, asistimos a una charla de bienvenida y un breve discurso sobre el funcionamiento del curso. Luego todos nos dirigimos a las habitaciones para descansar. Al día siguiente empezaríamos a trabajar.

El primer día fue muy difícil. Nunca había meditado antes, al menos no así. Esa técnica de meditación era, paradójicamente lo más simple y al mismo tiempo una de las cosas más difíciles que había hecho en mi vida. La dificultad se encontraba precisamente en la parte fundamental de la técnica: la habilidad de mantener la atención con ecuanimidad y observando cuidadosamente las sensaciones de mi propio cuerpo, de forma natural, tal y como surgen, respetando el orden del recorrido por el cuerpo.

El segundo día hizo parecer fácil al primero… por ello, hacia la noche hablé con el coordinador, le expliqué mi decepción y le comuniqué mi deseo de dejar el curso. El me dijo que yo era libre de irme cuando quisiera pero me recomendó proseguir debido, según el, a que había empezado en mi una especie de “cirugía mental” y que no era adecuado interrumpir. Finalmente acepté continuar debido a una razón más mundana: tendría inconvenientes para regresar a mi casa por esos días de año nuevo, por lo que me resigné a aceptar mi destino. Los días siguientes vinieron uno tras otro hasta el número diez. Pasé muchas dificultades (dolor terrible en las piernas y espalda, entre otras) pero al final fui recompensado con una experiencia indescriptible.

Esa fue mi primera experiencia Vipassana y viví cosas imposibles de describir con palabras; fue un regalo hecho perfectamente a la medida de mi propia y única realidad. Pero por favor no me malinterpreten, de hecho supongo que la vivencia fue completamente diferente para otros estudiantes, a juzgar por el hecho de que varios de ellos decidieron abandonar a lo largo del curso. Por mi parte no vi luces extrañas ni escuché sonidos raros ni tuve ninguna percepción paranormal. Lo revelador de esta experiencia estuvo en la belleza de la simplicidad con la que me conecté con mi propia conciencia y el hecho de sentir cómo podría tener control sobre las respuestas y reacciones (o no) de mi propio ser mediante el dominio de mi mente.

Debo decir que este es camino muy minimalista, abierto y universalmente aplicable, no necesitas de ningún amuleto ni reliquias ni libros ni chamanes ni sectas ni personas especiales ni cultos ni deidades ni altares ni templos ni sustancias ni drogas ni plantas ni música ni rituales ni olores ni vocalizaciones ni mantras ni visualizaciones ni pagar tributos ni tarifas ni comprar nada ni dar diezmos, sólo necesitas estar vivo y estar absolutamente alerta y ecuánime observando con tu mente las sensaciones de tu propio cuerpo, tan “simple” como eso. Desde entonces he realizado, hasta ahora, dos cursos más, ambos en Perú. Aunque las lecciones son exactamente iguales siempre, pues son impartidas mediante audios, cada experiencia es completamente diferente a la otra. De hecho, siento que realmente empecé a empezar a entender esto recién a partir del tercer curso.

No puedo tampoco dejar de comentar acerca del ambiente verdaderamente encantador, lleno de amor y comprensión mutua que se respira entre los compañeros al final de cada curso (se permite conversar el último día), así como reunirse con una variedad de personas provenientes de diversos países y culturas y hablando diferentes idiomas pero compartiendo el mismo impulso de auto cultivación y mejoramiento personal.

En pocas palabras, un curso-retiro de meditación Vipassana es una experiencia de inmersión completa donde se aprende una técnica orientada a entrenar la mente, basada en tres conceptos clave: moralidad en todas sus formas, control de la mente con moralidad y desarrollar la capacidad de ver la realidad tal como es. Después de un curso y durante la práctica diaria la persona desarrolla su propio camino de auto cultivación de acuerdo con las leyes de la naturaleza, desde el fenómeno primordial mente-materia hasta la percepción de la más sutil esencia originaria de la felicidad o el sufrimiento humanos, alcanzando de esta manera un verdadero y auténtico estado de liberación conocido como la iluminación. Por supuesto esto toma tiempo y esfuerzo durante y después del curso y especialmente en la vida diaria. Esta enseñanza fue desarrollada por un hombre en India hace más de veinticinco siglos. Su nombre era Siddhārtha Gautama, también conocido como el Buda. Cabe destacar que uno de los principios de esta enseñanza es su naturaleza no sectaria, por lo que no se considera a si misma como una práctica budista. Es la enseñanza original de Buda y aún hoy permanece prístina en toda su pureza.

En mi opinión la experiencia de Vipassana es una de esas cosas en la vida que no pueden tener un precio, que no se pueden comprar, solo pueden ser obtenidas mediante la práctica propia, y sin lugar a dudas recibir la enseñanza es un regalo. La meditación Vipassana, entre otros aspectos más trascendentales, proporciona valiosas herramientas para navegar a través de las aguas turbulentas de un mundo cada día más impredecible.

La práctica diaria de meditación Vipassana concluye con una expresión de un deseo puro de bienestar y felicidad para todos los seres del universo, visibles o no, humanos o no.

Los cursos-retiros de meditación Vipassana son dictados en muchos países. Para mayor información puedes visitar el siguiente sitio web: https://www.dhamma.org/

Que seas feliz.

Comentarios

Carmen Quispe ha dicho que…
Henry, ¡gracias por compartir tu experiencia del Dhamma!
Las primeras semillas de inspiración de hecho son los seres más cercanos como la familia (del cual me llena de júbilo que también se hayan sentado), y al contemplar la verdad en el marco del cuerpo, nuestra mente desarrolla una comprensión cabal de algo que intelectualmente podemos entenderlo pero que no es profundamente asimilado: el cambio.
Que la práctica continua siga dando sus frutos. Que el Dhamma siga creciendo este y cada momento.
Con metta, Carmen.
Henry ha dicho que…
¡Gracias por compartir tu comentario Carmen! Mucho metta :)

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